martes, 22 de julio de 2008

Una Bicicleta en Casa

Diciembre de 2007


- Estoy gorda?
- No mujer, no estas gorda
- Pero me veo gorda?
- No, no te ves gorda
- Seguro que no me veo gorda?
- No gorda… digo, mujer!, no estas gorda; estas… estas hinchándome las pelotas con esa misma cantaleta todos los días!

La Navidad estaba a tiro de piedra, o mejor dicho; a vuelta de almanaque y mi esposa tenia metida entre ceja y ceja la idea de que necesitaba matricularse en un grupo de spinning para reducir su “Gordura”, gordura que solo ella podía percibir y que, cada noche frente al espejo, se empecinaba en que yo bíblicamente negara tres veces antes de que cante el gallo

Con un muy remoto pasado ciclístico en mi haber; habían transcurrido no menos de 25 años desde la ultima vez que me subí a una bicicleta, supuse que eso del spinning y de pedalear una hora bajo techo, teniendo por todo paisaje un muro gris por delante y por todo aire fresco las exudaciones de los demás compañeros de clase; podría resultar mas aburrido y frustrante que chupar un clavo, y seguramente en pocas semanas la ficha de matricula terminaría junto a las mancuernas, la colchoneta, el Abslimer, la soga, los parches adelgazantes, las píldoras reductoras, las cremas mágicas, las fajas osmóticas, los recetarios de dieta y cuanta parafernalia antigordura hay repartida por toda mi casa, y que ordenadas y sumadas hacen toda una buena crónica de los últimos 18 años de matrimonio. Solución; le regalo una bicicleta por Navidad y así mato dos gordas… digo, pájaros de un solo tiro!

Con mucha suerte y poca dificultad conseguí una buena bicicleta pistera de mujer. Si, tenia que ser de mujer, si no ella me iba a decir que la compre para solo salir del paso y quedar bien, pero como pretexto para usarla yo. Como sea que faltaban unos días para noche buena, la escondí en un pequeño taller que tengo en casa y cuando mi esposa no estaba; empujado por cierta insondable nostalgia ciclística, la sacaba para darme un paseito de cuando en cuando. No fue necesario darle muchas vueltas al pedal para darme cuenta que los años no pasan en vano y la primera vez que quise subir los escasos 400 metros de cuesta que hay desde la carretera a cieneguilla hasta mi casa, literalmente llegue escupiendo los pulmones y con las venas de las sienes latiéndome como si me fuese a transformar de hombre a bestia. Aunque mi esposa asegura y pregona que esa transformación ya se dio el día que nos casamos.

La navidad llego y el regalo fue entregado con gusto y recibido con sorpresa, pero… y yo? Ahora que ya le estaba agarrando el ritmo… Uhmm… además no la voy a dejar salir a pedalear sola, no?, algo le puede pasar… si!, tengo que conseguirme una bicicleta para mi también.

Mientras yo, con mas ansias que presupuesto, buscaba una bicicleta para mi; ya la noticia del regalo había corrido y mi anciana y decrepita madre, a sus 70 octubres cumplidos, había convencido a mi no menos anciano y decrepito padre de que le compre una “Montañera” para ir a comprar el pan. Ahora habían dos mujeres sobre ruedas y dos hombres buscando desesperadamente una bicicleta.

Un par de semanas después, en una bicicleteria de barrio encontré, en situación de abandono moral, una antigua pistera de buen linaje que mi hizo recordar a mi vieja Norman de piñón fijo que me acompaño en mis aventuras ciclísticas de adolescencia; la compre y tras unas cuantas horas de trabajo quedo casi como cuando Dios, el fabricante y el distribuidor (en ese orden) la trajeron a este mundo o mejor dicho; a este país.

Pintada de color oro viejo, como mi primera bicicleta, la primera vez que la monte me sentí transportado a aquellos años de correrías juveniles en que la vida era mas sencilla y un par de pedales le daban a uno la libertad de ir a donde quisiera con entera independencia. Sin imaginar en ese momento que sobre esa bicicleta, en los siguientes meses, viviría aventuras y anécdotas en número suficiente como para escribir este blog y quien sabe en el futuro publicar un libro.

Texto y fotos: ® Carlos Garcia Granthon

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