miércoles, 14 de enero de 2009

Cuando llueve, todos se mojan y... uno se cae!

Enero 11 de 2009
Lima – Matucana – Lima

Un ida y vuelta a Matucana en modalidad “Todo a pedal”, era algo que tenia en mi archivo de “pendientes” desde hacia algún tiempo; la oportunidad se dio este domingo y no me la podía perder. La Primeras y violáceas luces del amanecer me dan los buenos días ya sobre mi monoplaza, Puruchuco me recibe antes de las 6:00 a.m. donde debería esperar a algunos de los conjurados de esta salida, pero el poco trafico de la carretera central, inusual en ese tramo, me anima a aprovechar la oportunidad y adelantarme pedaleando hasta el segundo punto de reunión; el puesto de avanzada en Chosica. Este fue un tramo tranquilo, fácil y sin nada que relatar.

Ya en Chosica, en la famosa esquinita del “vaso de quinua”, me encuentro con un grupo de Inka Riders que planeaba un ascenso ciclístico a Huinco. No los conocía, pero un par de saludos gremiales, que son de rigor entre ciclistas de ruta, dan el inicio a una muy breve pero bastante cordial platica… me cayeron bien!. Rato después llegan Armando y Edgar pedaleando, Arturo y Cristian no se hicieron esperar mucho, Pedro… bueno, a el si lo tuvimos que esperar un poco; lo suficiente para que una nada amable frutera del mercado no me quisiera dar vuelto por un plátano y luego cuando me dio el vuelto, no me dio el plátano!. En fin! Salimos de esas tierras algo tarde, pasadas las 9:30 a.m., pero salimos!

Los primeros kilómetros en grupo pasan sin mayor novedad; Edgar y Pedro hacen alarde de su buen estado físico y apuran el paso, Arturo sufre una pinchadura y Cristian un desperfecto en los cambios, pero todo va bien en términos generales.

Sobre el medio día, o mejor dicho; bajo el sol de medio día, dejamos atrás San Bartolomé y vamos en pos de San Jerónimo de Surco. Una escala técnica infaltable en el kiosco del Km. 63, para degustar la tradicional porción de huevo duro con papas, de manos de “la amiga" de Arturo, nos da un breve respiro a cuatro de los pedaleros.

El ascenso continua, el cielo se nubla y cuando rodábamos por el Km. 65 una fulgurante, repentina y breve luz nos alumbra… me tomaron una foto?... no?.. Un fuerte Truuumbleblumm!!! resuena en los cielos y antes que sus ecos se sequen en el aire, la helada lluvia nos moja en la tierra. Diablos! A apurar el paso en busca de refugio!.

Totalmente mojado y tiritando de frío llegue a San Jerónimo. Allí, asilados en un restaurante, y mientras esperábamos a Armando que venia algo rezagado, tomamos café y pedimos periódicos; no, para leer no, para ponerlos entre nuestra escasa ropa (Un muy mojado polo de Jersey y short de Lycra por todo abrigo) y aislarnos del frío. Afortunadamente yo había llevado un impermeable (Amarillo y con la foto de Mickey Mouse en la espalda) que, al menos, me protegía algo de la lluvia, mas no del frío.

Continuar el ascenso en estas condiciones era cosa de locos, pero no siendo famosos precisamente por nuestra cordura… continuamos! La pendiente de los 8 o 9 kilómetros de la carretera entre Surco y San Mateo es sumamente empinada, la lluvia no cede, los camiones y buses me bañan en barro cada vez que pasan a mi lado, el sonoro tiritar de mis dientes no me deja escuchar otra cosa y mis pies totalmente mojados y congelados se me entumecen, en especial el izquierdo que ya empieza a doler de frío, cual si lo hubiera sumergido por largo rato en un cubo de hielo. Me voy rezagando y congelando, pero rendirme cuando falta tan poco… No!. Llegue con cierto retrazo, pero… llegue a Matucana!

Una pollería y su menú, brindan cobijo de la lluvia y el hambre a seis hipotérmicos y cansados ciclistas en Matucana bastante pasadas las 3:00 p.m. Sentados a la espera de mejores condiciones atmosféricas, pero… con cada minuto que pasa, la lluvia se hace mas fuerte y una densa niebla amenaza nuestra visibilidad y posibilidad de retorno. Hora de decisiones; Armando opta por la seguridad del retorno trunco a bordo de un bus; el resto, como era de suponer, optamos por el pedaleo, el frío, la lluvia, la niebla, la adrenalina y la necedad (en orden inverso, claro esta). En realidad, y a mi parecer, el ascenso había estado tan exigente que merecía un final mas digno y dramático (e imprudente) que un tentador, cómodo y caliente bus. Alguien me dijo una vez que salidas como esta eran “Actos de heroísmo inútil”, puede que tenga razón, pero… que bien se siente uno al realizarlas!

Retomando el relato; Ya próximo el ocaso, desde Matucana, cinco kamikazes ciclotransportados nos enrumbamos cuesta abajo y en fila india, como hormigas deslizándose por el húmedo lomo de una negra serpiente. Recorremos las curvas y contra curvas de la carretera central, que discurre entre las montañas de las estribaciones andinas, que cual gigantes de piedra a nuestro alrededor cubrían su rostro con niebla para no ver la brutalidad que vamos cometiendo. Descendemos a velocidad de crucero, con la escasa adherencia de las delgadas y lisas llantas pisteras sobre el agua, los frenos mojados, la lluvia que nos golpea el rostro, el barro que nos salpica en los ojos, el viento que nos congela, toreando camiones y buses; sin desaprovechar, claro esta, algunos instantes detrás de cada camión, para calentarnos un poquito con los gases del tubo de escape antes de rebasarlo. Atrás van quedando, en solo cuestión de minutos, Matucana, San Jerónimo, San Bartolomé, Cocachacra, Carachacra, Corcona y cuanto pueblo en nuestro ascenso habíamos alcanzado no sin poco esfuerzo.

Todo iba bien; bueno,“bien” es un concepto relativo, no? . porque las nubes de lluvia descendían por el valle hacia la costa, a la misma velocidad que nosotros y siempre sobre nuestras cabezas, de modo que todo el trayecto lo hicimos con “clima propio” y este no era precisamente el mejor de los climas.

Casi llegando a Ricardo Palma, a la altura de Santa Ana, nos salio al encuentro un perro, uno de esos innumerables canes carreteros que han tomado por deporte y juramento morder ciclistas al paso, normalmente no le hubiera hecho caso, pero con la reciente mordida de que fui objeto (leer crónica aquí) tome por precaución esquivarlo abriéndome hacia la izquierda; eludido el animalejo, vire para retomar mi derecha sin percatarme de la proximidad del cruce de la vía férrea. Ya era demasiado tarde, yo venia rápido, seguía lloviendo y estaba dirigiéndome en el peor de los ángulos al cruce en el que no hace mucho un ciclista, en similares circunstancias, se rompió una pierna cuando descendía desde Ticlio. Trate de corregir mi ruta de aproximación, logre pasar la rueda delantera, pero… la posterior patino sobre el lizo y mojado acero de la vía, se levanto en el aire hacia la izquierda, yo baje el pie derecho buscando apoyo en el suelo, pero este también resbalo en lo mojado y mi pierna se metió debajo de mi monoplaza, iniciando ambos un vuelo razante, en horizontal y de través sobre la carretera… alguna vez han arrojado una piedrita con fuerza en ángulo agudo sobre el agua?... han visto como rebota tres veces antes de hundirse?... bueno, así salí arrojado yo sobre el asfalto, rebotando tres veces antes de patinar varios metros sobre el mismo. Con cada rebote iba dejando algunos trozos, nada despreciables, de epidermis de mi rodilla y codo, alternadamente, sobre la pista; mientras en cada ocasión, la bicicleta, que caía sobre mi, me hacia en simultaneo un nuevo “piercing” con los dientes de la catalina en la canilla.

Pedro que venia detrás mió se apresuro a recogerme de debajo de mis propios escombros (gracias Pedro!). me incorpore, no sin ayuda, y ví con satisfacción que mi monoplaza estaba intacto (mi pierna, atrapada entre esta y la pista, la había protegido de todo mal). Me tomo varios minutos recuperarme del golpe y recobrar la movilidad en mi rodilla. Mientras tanto, veíamos pasar una Combi proveniente de las alturas con una “Mérida” azul en la parrilla; era Armando que nos rebasaba.

De nuevo sobre mis dos ruedas, llegamos al parque de Chosica, ahí nos esperaba Armando, un café caliente, una cachanga y el final de la lluvia, pero no el final de la historia; si bien todos teníamos un aspecto general de naufragio reciente, Arturo concitaba toda la atención y miradas de los transeúntes pues su rostro estaba enteramente cubierto de barro, cual mascarilla rejuvenecedora, de la que solo se distinguían los ojos. Y Cristian?... desapareció?… Al parecer Cristian se siguió de largo sin detenerse y sin despedirse. Minutos después , ya bajo las sombras de la noche, proseguimos nuestro pedalero retorno a Lima, yo me separe del grupo en Puruchuco y llegue a casa 15 horas después de haber salido de ella, cansado, magullado, mojado, y aun con frío.

Solo me resta añadir que…prometo no volverlo a hacer! (me refiero a esquivar al perro, porque otra salida como esta… no me la pierdo!)

Carlos García Granthon