(La Molina – Pachacamac – Pueblo Viejo – Cieneguilla – La Molina)

No se para que me levanto temprano, si la mayoría llega tarde, en fin!. Víctor si había llegado puntual (7:00 a.m.) al lugar de concentración en Musa, y mientras el tomaba desayuno y esperábamos al resto, se me ocurrió tomarme una gaseosa en una tienda.

Retomando el relato de ruta; con la llegada de Gerson y Kamary, de Keniro, empezamos el recorrido hacia Pachacamac, en busca de las ruinas de “Pueblo viejo”. En el camino, por las pampas de Manchay, nos dieron alcance Krilin y Jonathan.

En este punto es donde empieza la verdadera ruta; nos dirigimos al Santuario del Amancay donde dos poco amistosos Rod Wilder nos dan la bienvenida en el portón (toda la jornada estuve sorteado con los perros) El vigilante nos dio pase libre, aunque quedo poco convencido de que “pijamita” fuera un ciclista de verdad; bueno, quien iba a tragarse el cuento de que alguien practica Dawn Hill en pijama. Advertidos todos por mi parte sobre no tocar la vegetación, ni molestar a la fauna del lugar, pues se trata de un “Santuario”; continuamos. Un kilómetro mas y un enorme perro gris, de ojos inyectados, con las fauces abiertas y mostrando sus enormes colmillos chorreantes de baba, (se le hacia agua la boca), nos ataca por el flanco izquierdo y… pero si es Grover!, Hola Grover!... me basto mencionar su nombre, seguido de un “quieto muchacho”, para conjurar la furia de esos 50 Kg. de canina bestia come ciclistas ( siempre es útil hacer amigos en la ruta, y mejor si tienen cuatro patas).

La trocha se interna por entre las lomas que separan esta quebrada y la de Pucará, la pendiente se hace mas pesada y el sudor mas copioso a pesar del frió y la niebla. Tras una buena trepada y sobre un tímido muro de piedra, otro letrero que reza; NO SE DETENGA, nos anuncia que ya llegamos a “Pueblo viejo”, así que.. Nos detuvimos!.
D




Casi democráticamente optamos por retornar vía la trocha que va a Cieneguilla, y a un cansado Pijamita no le quedo mas opción que seguirnos, pues no conocía el camino de retorno a su casa. Pero eso si, muy precavido el, como en el cuento Hansel y Gretel; iba dejando por el camino, para no perderse, un rastro de billas del eje central de su Monark, que con cada vuelta de pedal había pasado de un agudo chirrido a un ronco bramido.
Poco mas adelante, entre El Mejicano y El Cardal, nos cruzamos con un grupo de ciclotransportados en sentido contrario; la séptima y octava rueda llevaban sobre el sillín unas femeninas lycras de muy buen “venir” y mucho mejor “ir” que atrajeron mas de una mirada, en especial la de Kamary , cuyo cuello giro 360 grados para captar toda la panorámica sin percatarse que el siguiente ciclista, y aparente padre de aquellas curvas, le devolvía el guante con una mirada en tono de sentencia mortal; todo esto antes los atónitos ojos de Gerson, que aferrado a los bati – manubrios de su monoplaza reconoció en la faz de la criminal mirada, a un amigo suyo.

Hora de decisiones; algunos optaron por un prudente mototaxi, mientras que Víctor, Kamary , yo y un exhausto, acalambrado y maltrecho Pijamita, nos dispusimos a trepar el serpentín a fuerza de pedal. Hay que reconocerlo; a pijamita le podrían falta muchas cosas, pero cojones… No!.
Luego de un par de kilómetros de trepada, cuando Kamary, y su buen estado físico, nos había sacado ya una buena delantera, me rebaso un Taxi del que alcance a escuchar solo un “fuerza Carlos!”; era Pijamita que abandono la trepada por K.O. técnico. Retornaba a su casa, 6 horas después de que lo mandaran a comprar pan, con el cuerpo, la bicicleta y el pijama deshechos. No lo volvimos a ver.
Nos reagrupamos en la cumbre, alguien me pregunto por mi herida en la pierna, creo que fue Krilin:
- Carlos como va tu mordida
- bien, ni siquiera me molesta
- pobre perro, a esta hora ya debe estar convulsionando
Fue una buena aventura!
Texto y Fotos: © Carlos García Granthon
N. de R.- Si alguien conoce, o sabe como ubicar, a “Pijamita” (alias Eduardo) por favor díganle que es bien recibido en cualquier futura salida ciclística