sábado, 23 de enero de 2010

La Cueva Prometida


(La Molina – Manchay – Pachacamac – Cueva Prieta – Lurin – Villa – Surco – La Molina)
Enero 17 de 2010

- Oiga; esto es una lavandería, el taller de cerámica esta a la vuelta… o me va a decir que ese amasijo de plastilina pestilente es ropa?
- Pero señora si solo es un poquito de barro
- Un poquito de barro? aquí lavamos ropa, no hacemos excavaciones arqueológicas
- Pero es que es la lycra de …
- Lycra?… ahhhh, así que revolcándose en el fango con alguna chica no? la próxima vez mejor váyase a la playa; la arena se sacude fácil. Ah, y devuélvale la lycra a la chica, no sea fetichista!
- No! Ud. no entiende; es mi lycra de ciclismo y el fetichista del grupo es Dubert, pero… pero esa es otra historia, mejor déjeme que le cuente…

Era nuestro cuarto intento, o quinto?... ya perdí la cuenta, la cosa es que cada vez que hemos intentado ir a Cueva Prieta, algo sucede; el clima, los percances, los retrasos, y la salida finalmente termina trunca o con un vuelco total de destino.

Esta vez si teníamos que llegar; pero como de costumbre el clima se volvió en nuestra contra y una fuerte garúa nos acompañó, mojó y remojó, a todo lo largo de la pampa de Manchay. Para cuando llegamos a Pachacamac, Chipy, Gerson, Juan, y Yo, ya éramos toda una postal de naufragio rural. Allí en la plaza de armas de Pachacamac nos reunimos con la otra mitad del equipo; Dubert, Job, Carlos y Pedro, que habían venido con buen clima y mejor aspecto por la Panamerica Sur. Así fue como todos juntos, conduciendo nuestras dieciséis mugrosas ruedas, sobre no menos fangoso camino, llegamos a Pueblo Viejo a media mañana.

En plena trepada a la cumbre de Pucara, en el punto más empinado y resbaloso, cuando las inclemencias del clima y la inestabilidad del terreno, nos habían obligado a cambiar a la modalidad de empujatucleta.pe ; Juan, que ya había tardado en dar una de sus manifestaciones paranormales, entra en trance; con varios kilos de barro en las ruedas y remojado e hipotérmico hasta sus más profundos demonios internos; trepa, a velocidad de crucero, toda la empinada y jabonosa cuesta en un solo arranque de furia. Chipy lo intentó, Dubert lo intentó, Pedro también lo intentó… no lograron avanzar ni un metro.

Luego de coronar la cumbre vino la bajada hacia la otra quebrada, que no es menos empinada ni menos resbalosa; a medio descenso mi Score ya era; Curvas 03 / Caídas 01. Es curioso; caer sobre el blando y resbaloso fango resulta inocuo y hasta cierto punto divertido… será por eso que me caí dos veces?

Al discurrir por la quebrada de Pucara, Job, que no le ha venido haciendo mucho honor a la estoica reputación de su bíblico nombre, abandona el grupo y la empresa. Si bien el terreno a vencer es más plano aquí, las condiciones son peores; ya no llueve, pero un ato de ganado, que es parte del elenco estable de la quebrada, nos hace saber de su disgusto por el color rojo, especialmente el rojo encarnado y predominante de los Maillot del grupo Keniro; así mientras unas cuatro bien artilladas cabezas de ganado nos tienen arrinconados contra el cerro a todos, sin discriminar a rojos, verdes, azules, amarillos y naranjas; vemos atrincherados detrás de nuestro improvisado burladero, fabricado a base de cuadros de bicicleta, como la matriarca del grupo le presenta en campo abierto sus cuernos, reclamos, y grandes ubres a Gerson y sus rojos colores.

Salvado el impase y sin sangre en la arena, continuamos por lo que parecería ser un plano, amplio y fácil tramo de camino afirmado, en nuestra ruta hacia los orígenes de la quebrada Pucara, pero… diablos! Las ruedas se hunden hasta los radios y los pies hasta los tobillos en esta especie de mazamorra de agua estancada y fango arcilloso, encurtido en suave aliño de orina y estiércol de vaca, agregados al gusto. Son unos quinientos metros que nos vemos obligados a avanzar en olor a putrefacción, bajo un cielo gris que amenaza con lluvia inmisericorde y escoltados por una mega colonia de súper mosquitos antropófagos que, en temas de ferocidad, dejarían en ridículo a la más voraz de las pirañas amazónicas. Afortunadamente un consejo de Job, el único que alcanzó a dar antes de tirar la toalla, la bicicleta y el buen humor, empieza a rendir resultados; el frotarse el cuerpo con hojas frescas de tabaco silvestre ahuyenta a los mosquitos mejor que el cualquier repelente. La receta es digna de tomarse en cuenta, siempre y cuando a uno no les moleste terminar con la piel y la ropa teñida de un intenso verde clorofila.

Hay quien toma la alternativa de abandonar el camino e ir a campo traviesa, pero las crecidas y tupidas matas de tabaco silvestre hacen imposible distinguir el suelo por donde se rueda y ocultan las grandes piedras y pequeñas alimañas del lugar, también las menos peligrosas pero mas grandes plastas de vaca. Si Dante hubiera sido ciclista, aquí se hubiera inspirado para describir uno de sus infiernos. Finalmente alcanzamos la cabecera de la pampa de Pucara, una tranquera abandonada nos sirve de portal dimensional para limitar los terrenos agrícolas de la terra incógnita que estamos por empezar a explorar.

Ya sobre el mediodía y a poco de alcanzar nuestro objetivo, discurrimos por la serpenteante huella de una estrecha quebrada rocosa de negruscas paredes, que eventualmente es usada por andinistas para practicar escalada en roca. Lo curioso es que vamos en busca de “Cueva Prieta”, sin saber si es una cueva en realidad, unas ruinas, o sólo la curiosa toponimia de algún punto geográfico. Coincidiendo con la ubicación del mapa, dentro de un radio no mayor a trescientos metros; encontramos en el campo tres probables sitios que podrían llevar ese nombre:

1.- Una obscura cueva de regulares dimensiones en lo alto de un cerro, a unos ciento veinte metros por encima de nuestras cabezas, a la que Dubert y yo intentamos escalar, pero nos resultó imposible hacerlo con zapatillas ligeras sobre las filosas rocas, cubiertas de una especie de jugoso, extraño y resbaladizo moho con aspecto de uvas a medio pisar.

2.- Unas modestas ruinas unos trescientos metros más adelante, en el límite donde la quebrada se abre, y la magia del verdor y humedad desaparecen para dar paso a la árida realidad de la costa peruana.

3.- Una pequeña cavidad de negras paredes, en las proximidades a la primera gran cueva, pero a escasos metros del camino. Frente a la cual, y entre los matorrales, encontramos una gran cantidad de fuegos pirotécnicos quemados (?)

Antes de retornar optamos por ver que había detrás de la “Cortina Nº 3”, el ascenso resultó gracioso y entretenido, pero cuando pensábamos que el lugar estaba deshabitado, y en plena pose para las fotos… Zas! Un disparo directo de materia fecal viene desde el techo de la mini caverna, pasa rozando el casco y hombro de Gerson, y salpica la cámara de Juan; es una lechuza (Tyto Alba) que recurriendo a la única arma que tiene a mano (bueno, no precisamente nos disparó con la “mano”) nos hace saber que estamos molestando y no la dejamos dormir. En fin!, de mejores antros me han corrido.

La despedida queda a cargo de una familia de vizcachas que salió a darnos el adiós cuando abandonamos los límites de cueva prieta. Si bien aquí debería terminar la aventura, el retorno que se suponía reposado no lo fue tanto:

Buscando una ruta para salir a Lurín sin tener que retornar por Pueblo Viejo o pasar por la cantera de Cementos Lima, fuimos a dar precisamente allí, a la cantera de Cementos Lima, a la zona de voladuras, junto al letrero que dice… “Peligro Explosivos”… Las circulinas y los vehículos de seguridad no se hicieron esperar y rápidamente nos condujeron escoltados a los límites de la explotación minera. Hay que reconocer que a pesar de que éramos nosotros los que estábamos en falta, fueron muy amables en todo momento y nos indicaron como llegar a Lurín sin terminar saltando por los aires en pedazos. También nos dijeron que unas horas antes habían cogido a otro “pelotudo pedalero” que fue a dar a la misma zona de explosivos y que respondía al nombre de Job… Ups!

El almuerzo fue en Lurín; tamalitos de entrada y arroz con pollo, bien servidos y atendidos por una simpática chica a la que Dubert logró, después de casi una hora de esfuerzos, pegarle su sticker de “Ciclotrebud”.

Fue aquí cuando me dieron la mala noticia; nadie quería retornar a Lima por la ruta Pachacamac – Manchay, creo que se habían confabulado para que esta vez sea yo quien llegue a casa en último lugar… uhmmmm… regresar solo de noche por Manchay… uhmmm… creo que tendré que darme toooooooodo el vueltón por la Panamericana Sur, hasta La Molina… al menos me servirá de entrenamiento.

En este punto del relato, los monoplazas llevaban ya varias horas funcionando con lubricación forzada a base de arcilla mojada y estiércol de vaca… Ya no eran los mismos, aun así hicimos un último sprint, en eco de metálicos crujidos y quejidos, hasta el peaje de Villa, donde nos detuvimos para reagruparnos mientras mirábamos a la veintena de anfitrionas que repartían no se qué cosas a los automovilistas en las garitas de peaje.

- La salida salió interesante y económica - dijo Dubert
- Uhmm, más o menos – respondí – creo que si sumamos la lista de refacciones que van a necesitar las bicicletas; cadena, fundas, cables, tacos de freno, etc.….veamos, serían unos….
- Bueno
- añadió Gerson – pero habría que sacar costos unitarios de las refacciones y prorratearlas entre el numero total de rutas en las que han participado; eso sería como… unos…
- 1,000 Soles mínimo! - gritó Pedro, que seguía con la mirada perdida en las anfitrionas
- 1,000 Soles?, no Pedro estás mal, eso es mucho…
- Si, ya lo calculé bien, necesito mínimo 1,000 Soles entre cena, discoteca, regalito y “telo”, para salir con una chica como esa y tener alguna posibilidad de “coronar la cumbre”.
- Plop!

Nos fuimos despidiendo en cortas paradas a lo largo de la ruta, el penúltimo tramo, desde Benavides hasta la avenida La Molina, lo hice en compañía de Juan, a quien tuve que invitar una gaseosa en el grifo de la Universidad de Lima, para conjurar sus demonios y hacer que se detuviera un rato (a veces pedalea como si estuviese poseído)… llegué a casa con el caer de la noche.
Ver el video de la ruta AQUI

Texto y fotos: © Carlos García Granthon